Pasar el testigo



 Desde mediados de año se gestaban las ideas. En cada reunión de cumpleaños o de otra índole, se conversaba sobre el tema para preparar la navidad y pasábamos el resto del año aportando ideas. Éramos muchos, suficientes adultos y niños para programar el evento más esperado por todos. Comenzando noviembre ya había una fecha de reunión informal para el rito de los papelitos del intercambio y la distribución de lo que cada quién debía llevar. El resultado era secreto, en teoría nadie debía comentar ni a su núcleo familiar, quién le había tocado.

Había normas que cumplir: Los adultos teníamos derecho a disfrutar del canje de los presentes y cada navidad se variaba la logística para no aburrirnos. Los pequeños gozaban de la llegada de Santa Claus y la apertura de los regalos. Los niños preguntaban cuándo podrían participar en el intercambio. La norma era que hasta los 12 años no podían incluirse, así que ellos esperaban ansiosamente cumplir la edad requerida para gozar del bochinche de los grandes.

De mi parte tocaba confeccionar la “Caja de las maldades” que no era otra cosa que un cajón secreto  en cuyo interior se encontraban trozos de papel con instrucciones para el intercambio. Ninguno conocía lo que allí había. Solo al momento del acontecimiento sabrían lo que tendrían que hacer para obtener el ansiado regalo. Cada uno debía sacar uno de los papeles y decir de qué forma habría de entregar su regalo. A su vez, el destinatario del último obsequio debía hacer lo propio y así hasta terminar. Un año, en vez de instrucciones escritas, coloqué pequeños soldados plásticos en posiciones diversas de combate. Quien sacaba un muñeco debía entregar su obsequio en esa posición, fuera cual fuera. La intención era divertirnos.

El desarrollo de la noche era el siguiente: Primero la cena, todos juntos. Una vez terminada, se recogían las cosas y llegaba Santa Claus. Debo resaltar que todos los años el personaje recaía en personas diferentes, “para no levantar sospechas”. Sin embargo, más de una vez nos vimos en aprietos para disfrazar al sujeto adecuadamente sin que hubiera desconfianza del público menor.
Santa llegaba sorpresivamente de distintas formas. Mientras los menores eran distraídos con luces de bengala y otras menudencias, hacía su aparición magistral. Unas veces se deslizaba por la escalera, otras salía de alguna habitación cargado con una enorme bolsa y así se programaba de distintas maneras para que nunca estuvieran seguros del sitio de dicha aparición.

Debo referir que el momento del maquillaje y vestimenta era memorable y que siempre terminamos llorando, pero de risa.
Las torpezas de Santa para entregar los regalos merecen mención especial. Por lo general, Santa “tenía laringitis o era mudo”, ya que tenía prohibido emitir palabra alguna, como no fuera el clásico “ho, ho, ho” y punto final. Pero había quien de forma disimulada le hacía alguna cosquilla o tocaba alguna parte sensible para hacerlo incomodar delante de todos, por lo que Santa debía hacer un gran esfuerzo para no soltar la carcajada.

Una vez terminado este asunto, con todos los chiquitos disfrutando de sus juguetes, era el momento del café y de que los grandes iniciaran su diversión.

Cada navidad era memorable. En más de 30 años que han pasado, aquellos pequeñines crecieron, tuvieron descendencia y aún recuerdan con alegría, uno a uno aquellos momentos.






El momento familiar que hoy vives, no volverá a repetirse igual. Procura que sea célebre y que al recordarlo, una sonrisa universal inunde tu rostro.












Buscando su significado encontré que “pasar el testigo” es el acto de un corredor de un mismo equipo que corre por turnos y al acabar  el suyo, debe pasar el testigo (tubo liso de sección circular), al siguiente corredor. 



El testigo debe entregarse de mano a mano y llevarlo es necesario para ganar la carrera.



Hoy los “grandes” de aquellos días estamos quizás cansados para realizar de estas peripecias así que hemos pasado el testigo a los siguientes corredores, que con toda certeza, seguirán las tradiciones a sus pequeños, para seguir ganando la carrera. 




¡Es su turno, muchachos! 





Háganlo bien, que nosotros seguiremos vigilando el camino de los valores.


                                                                                                              

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